Japón, 1979:
-Sistema de armas en funcionamiento... 10 segundos para contacto visual... NO ES POSIBLE..! La caja negra del avión Phantom de la Fuerza Aérea Japonesa, registraba la entrecortada voz del piloto artillero que intentaba explicar al personal de base que donde los radares señalaban la presencia de una aeronave no identificada, en realidad no había absolutamente nada. Pocos minutos más tarde, no quedaban dudas de que se trataba del enigmático Mig 25, el más custodiado secreto militar soviético, que acababa de ingresar en el espacio aéreo japonés. Con su ultramoderno aparataje electrónico, el Mig se había hecho invisible al radar, y |
simultáneamente había enviado señales que generaban imágenes falsas en las pantallas de los radares nipones. Seguidamente, la "indetectable" máquina soviética dejaba atrás al segundo interceptor japonés, y entonces la situación se tornó desesperante. Poco se sabía sobre aquella nave, salvo que en su fuselaje poseía dos compartimientos para alojar sendas bombas con ojivas nucleares de 21 megatones cada una.
Este episodio que acaecía en plena guerra fría, parecía señalar el inicio de una hecatombe nuclear. Afortunadamente, la aeronave soviética no acarreaba armamento nuclear, y su piloto Viktor Belenko, era un ingeniero aeronáutico que solamente buscaba escaparse del régimen que imperaba en su país natal. Poco después, eludiendo los sistemas de detección más modernos del mundo, el Mig 25 aterrizaba en un aeródromo civil, indicando a la humanidad que el Apocalipsis aún no llegaría.
Algunas horas después que el avieso piloto era arrestado por agentes policiales locales, en los Estados Unidos, un grupo de expertos militares en materia de electrónica se preparaba apresuradamente para un vuelo especial. Destino: Japón. Las ordenes: Desarmar el Mig. El viaje era largo, y los científicos norteamericanos permanecieron cavilantes con un único interrogante: ¿Que especie electrónica tendría oculta aquella máquina voladora que hizo que quedaran inoperantes los más sofisticados sistemas de defensa del mundo?
El momento había llegado. Oculto tras la cáscara del fuselaje se encontraba aquel misterioso dispositivo con el cual el piloto se convertía en una especie de alquimista de los cielos que a voluntad podía hacer desaparecer a su avión de los radares enemigos y simultáneamente hacerlo figurar en coordenadas falsas. Sin perder un segundo, los científicos norteamericanos removieron la cubierta que protegía al circuito y ... ¡Baam! Las cuatro mentes estallaron en una extraña mezcla de asombro y espanto.
Este episodio que acaecía en plena guerra fría, parecía señalar el inicio de una hecatombe nuclear. Afortunadamente, la aeronave soviética no acarreaba armamento nuclear, y su piloto Viktor Belenko, era un ingeniero aeronáutico que solamente buscaba escaparse del régimen que imperaba en su país natal. Poco después, eludiendo los sistemas de detección más modernos del mundo, el Mig 25 aterrizaba en un aeródromo civil, indicando a la humanidad que el Apocalipsis aún no llegaría.
Algunas horas después que el avieso piloto era arrestado por agentes policiales locales, en los Estados Unidos, un grupo de expertos militares en materia de electrónica se preparaba apresuradamente para un vuelo especial. Destino: Japón. Las ordenes: Desarmar el Mig. El viaje era largo, y los científicos norteamericanos permanecieron cavilantes con un único interrogante: ¿Que especie electrónica tendría oculta aquella máquina voladora que hizo que quedaran inoperantes los más sofisticados sistemas de defensa del mundo?
El momento había llegado. Oculto tras la cáscara del fuselaje se encontraba aquel misterioso dispositivo con el cual el piloto se convertía en una especie de alquimista de los cielos que a voluntad podía hacer desaparecer a su avión de los radares enemigos y simultáneamente hacerlo figurar en coordenadas falsas. Sin perder un segundo, los científicos norteamericanos removieron la cubierta que protegía al circuito y ... ¡Baam! Las cuatro mentes estallaron en una extraña mezcla de asombro y espanto.
El tiempo se detuvo por un instante y los abismados espectadores creyeron haber sido transportados a una página de un cuento de Ray Bradbury. El interior del aparato estaba compuesto por frascos y ampollas de cristal, abarrotados de tal manera que conformaban una especie de ciudad del futuro en miniatura. Sus cuerpos traslúcidos dejaban ver en su interior pequeñísimas estructuras color gris y filamentos incandescentes que iluminaban la diminuta ciudad con una tenue luz crepuscular. Repentinamente uno de ellos emergió del abismo emocional en que se encontraba, ayudado por su memoria. Ésta, le había acercado una imagen de aquel aparato de televisión con el que durante su infancia veía el programa "Y Love Lucy". - ¡Son válvulas!, exclamó, rompiendo el silencio. Mientras tanto, sus compañeros permanecían absortos contemplando el aparato. Sus mentes no estaban preparadas para comprender semejante anacronismo. |
Mucho menos para imaginar que muy cerca de ahí, en un laboratorio situado en un lugar despoblado, un científico ermitaño llamado Hiroyasu Kondo terminaba de calibrar otro artefacto a válvulas, que representaría hasta nuestros días una verdadera leyenda. La leyenda del amplificador de audio más fino del mundo. El Ongaku.
Sobre un chasis de grueso cobre, el Ongaku (en producción hasta nuestros días), erige la gigantesca válvula 211 usada durante la segunda guerra mundial en equipos de radar. La enorme válvula amplificadora se alza sobre el chasis a la manera de estalagmita, representando una especie de dualidad estética que resulta de la mezcla de una escultura fálica del pasado con una máquina alienígena del futuro. En la parte posterior, dos enormes transformadores de salida de audio bobinados a mano, bajo microscopio, con alambre de plata pura. Noventa horas de trabajo, y 5 Kg de alambre de plata son necesarios para el armado de estos audio-transformadores.
Sobre un chasis de grueso cobre, el Ongaku (en producción hasta nuestros días), erige la gigantesca válvula 211 usada durante la segunda guerra mundial en equipos de radar. La enorme válvula amplificadora se alza sobre el chasis a la manera de estalagmita, representando una especie de dualidad estética que resulta de la mezcla de una escultura fálica del pasado con una máquina alienígena del futuro. En la parte posterior, dos enormes transformadores de salida de audio bobinados a mano, bajo microscopio, con alambre de plata pura. Noventa horas de trabajo, y 5 Kg de alambre de plata son necesarios para el armado de estos audio-transformadores.
En el interior del gabinete, las etapas de audio están acopladas entre si con capacitores armados a mano con plata pura laminada. Como dieléctrico, en vez de plástico, se utiliza papel embebido en un aceite especial.
Las resistencias, de película de tantalio, son fabricadas y calibradas manualmente una a una. El cableado interno, también es de plata, y tiene una geometría especialmente estudiada. Todos estos exquisitos ingredientes se encuentran configurando una topología clásica, con origen en el período de entre guerras, y donde la menor cantidad de elementos en el paso de señal de audio constituye un dogma. Dado que Hiroyasu Kondo se encarga él mismo tanto de la fabricación de las partes como del armado, sólo se producen cuatro unidades al año de este finísimo amplificador. Son mayormente encargados por aficionados británicos, los que pagan el precio de un Rolls Royce por solo 27 Watt de potencia. Veintisiete Watt del sonido más puro y diáfano que en este planeta se pueda escuchar reproducido. |
Es más que obvio que la tecnología militar debe tener sus motivos para utilizar válvulas en aplicaciones específicas, que no son de nuestro conocimiento. Pero, los que nos dedicamos a escuchar música tenemos además otros interrogantes: ¿Cómo explicamos que el amplificador de audio más excelso del mundo esté construido a partir de un esquema electrónico de anteguerra?; ¿Qué explicación tiene la vigencia de los equipos a válvulas en los hogares de los audiófilos más exigentes del mundo?
Debemos dar por cierto que no se trata precisamente de un antropomorfismo alegórico, ni de afición por lo exótico, ni de asociación alguna con el sentido de la vista, dado que muchos equipos valvulares de renombre, esconden sus válvulas dentro de un gabinete totalmente cerrado. Tampoco se trata de un acervo cultural, puesto que hoy en día existen varias fábricas empeñadas en diseñar y fabricar circuitos amplificadores valvulares para uso en los más modernos estudios de grabación del mundo. Sin duda, hay una cuestión de performance detrás de esto.
Entonces: ¿Por qué el transistor fue desplazando a la válvula a partir de los ‘70 aún en aplicaciones de audio? Menos por fidelidad, por mil y un motivos. ¿Podremos algún día conseguir la fidelidad de la válvula usando transistores?. Tal vez no. Pero si la ciencia avanza...¿Porqué no? Bueno, por mucho que la ciencia avance, poco puede cambiar la ley de gravedad. Por ejemplo. Pero, el caso de la válvula electrónica, tal vez podamos explicarlo valiéndonos de una analogía. Un fenómeno semejante ocurre en el campo de la óptica fotográfica. Todo fotógrafo experimentado tiene perfecto conocimiento del hecho de que a pesar del gran avance tecnológico existente en materia de diseño y construcción de objetivos fotográficos, no se consigue superar la calidad de imagen de una lente Leitz de los ‘40.
Con el diseño asistido por computadora solamente se alcanza a igualar la performance de la primitiva lente, pero no superarla. Cualquier modificación que se haga para mejorar una aberración particular, instantáneamente agrava otra. Lo mismo ocurre en audio. Lo que ganemos por un lado con el uso de transistores, inexorablemente lo perderemos por otro. Un clásico como el Elmar de Leitz no es lo que en física se denomina "la lente ideal" (sin aberraciones). Pero tampoco es mejorable en términos reales. Por el otro lado, los circuitos amplificadores clásicos no son "el amplificador ideal" ni mucho menos, pero tampoco han dejado espacio alguno para ulteriores mejoras en lo que a fidelidad se refiere.
Consecuentemente, por grandes que sean los avances tecnológicos, la válvula electrónica y los circuitos clásicos permanecerán siempre en vigencia, destacándose sobre todo en aquellos escenarios en donde el único compromiso sea con la calidad del sonido.
Es de esperar que en el futuro próximo los diseños transistorizados sigan haciendo aportes significativos en lo que hace al bajo costo de producción, bajo consumo energético, alta potencia de salida, practicidad operativa y gran confiabilidad.
La electrónica valvular en cambio seguirá estando en la "acrópolis" del audio mundial, haciendo gala de su sonido etéreo, de su veracidad tímbrica y de su sensibilidad para discriminar los más variados matices y texturas inherentes a la música.
En consecuencia, en materia de reproducción musical, la válvula electrónica seguirá siendo, como hasta hoy, sinónimo de excelencia por quien preste minuciosa atención a la forma en que la música es reproducida, pero sobre todo a la música, más que a cualquier otra cosa.
Debemos dar por cierto que no se trata precisamente de un antropomorfismo alegórico, ni de afición por lo exótico, ni de asociación alguna con el sentido de la vista, dado que muchos equipos valvulares de renombre, esconden sus válvulas dentro de un gabinete totalmente cerrado. Tampoco se trata de un acervo cultural, puesto que hoy en día existen varias fábricas empeñadas en diseñar y fabricar circuitos amplificadores valvulares para uso en los más modernos estudios de grabación del mundo. Sin duda, hay una cuestión de performance detrás de esto.
Entonces: ¿Por qué el transistor fue desplazando a la válvula a partir de los ‘70 aún en aplicaciones de audio? Menos por fidelidad, por mil y un motivos. ¿Podremos algún día conseguir la fidelidad de la válvula usando transistores?. Tal vez no. Pero si la ciencia avanza...¿Porqué no? Bueno, por mucho que la ciencia avance, poco puede cambiar la ley de gravedad. Por ejemplo. Pero, el caso de la válvula electrónica, tal vez podamos explicarlo valiéndonos de una analogía. Un fenómeno semejante ocurre en el campo de la óptica fotográfica. Todo fotógrafo experimentado tiene perfecto conocimiento del hecho de que a pesar del gran avance tecnológico existente en materia de diseño y construcción de objetivos fotográficos, no se consigue superar la calidad de imagen de una lente Leitz de los ‘40.
Con el diseño asistido por computadora solamente se alcanza a igualar la performance de la primitiva lente, pero no superarla. Cualquier modificación que se haga para mejorar una aberración particular, instantáneamente agrava otra. Lo mismo ocurre en audio. Lo que ganemos por un lado con el uso de transistores, inexorablemente lo perderemos por otro. Un clásico como el Elmar de Leitz no es lo que en física se denomina "la lente ideal" (sin aberraciones). Pero tampoco es mejorable en términos reales. Por el otro lado, los circuitos amplificadores clásicos no son "el amplificador ideal" ni mucho menos, pero tampoco han dejado espacio alguno para ulteriores mejoras en lo que a fidelidad se refiere.
Consecuentemente, por grandes que sean los avances tecnológicos, la válvula electrónica y los circuitos clásicos permanecerán siempre en vigencia, destacándose sobre todo en aquellos escenarios en donde el único compromiso sea con la calidad del sonido.
Es de esperar que en el futuro próximo los diseños transistorizados sigan haciendo aportes significativos en lo que hace al bajo costo de producción, bajo consumo energético, alta potencia de salida, practicidad operativa y gran confiabilidad.
La electrónica valvular en cambio seguirá estando en la "acrópolis" del audio mundial, haciendo gala de su sonido etéreo, de su veracidad tímbrica y de su sensibilidad para discriminar los más variados matices y texturas inherentes a la música.
En consecuencia, en materia de reproducción musical, la válvula electrónica seguirá siendo, como hasta hoy, sinónimo de excelencia por quien preste minuciosa atención a la forma en que la música es reproducida, pero sobre todo a la música, más que a cualquier otra cosa.